"Entonces
Coffeen habló. Me preguntó si conocía la historia de Erígone. ¿Erígone? No, no
la conozco, pero me suena, mentí, temerosa de estar metiendo la pata. Por un
segundo pensé, desconsolada, que me iba a hablar de un antiguo amor. Todos
tenemos un antiguo amor del que hablar cuando ya nada se puede decir y está
amaneciendo. Pero resultó que Erígone no era un antiguo amor de Coffeen sino
una figura de la mitología griega, la hija de Egisto y Clitemestra. Esa
historia sí que me la sé. Sí que me la sabía. Agamenón se va a Troya y
Clitemestra se hace amante de Egisto. Cuando Agamenón regresa de Troya Egisto y
Clitemestra lo asesinan y luego se casan. Los hijos de Agamenón y Clitemestra,
Electra y Orestes, deciden vengar a su padre y recuperar el reino. Esto los
lleva a asesinar a Egisto y a su propia madre. El horror. Hasta allí llegaba
yo. Coffeen Serpas llegaba más lejos. Habló de la hija de Clitemestra y Egisto,
Erígone, hermanastra de Orestes, y dijo que era la mujer más hermosa de Grecia,
no por nada su madre era hermana de la bella Helena. Habló de la venganza de
Orestes. Una hecatombe espiritual, dijo. ¿Sabes lo que significa una hecatombe?
Yo identificaba esa palabra con una guerra nuclear, así que preferí no decir
nada. Pero Coffeen insistió. Un desastre, dije, una catástrofe. No, dijo
Coffeen, una hecatombe era el sacrificio simultáneo de cien bueyes. Viene del
griego hekatón, que significa cien, y de bus, que significa buey.
Aunque en la antigüedad están registradas algunas hecatombes de quinientos
bueyes. ¿Te lo puedes imaginar?, dijo. Sí, yo me puedo imaginar lo que sea, le
contesté. Cien bueyes sacrificados, quinientos bueyes sacrificados, el humo de
la sangre se debía de oler a distancia. Los participantes se mareaban en medio
de tanta muerte."
(...)
Y así supe que tras el asesinato
de Egisto, Orestes se proclamó rey y los seguidores de Egisto tuvieron que
exiliarse. Erígone, sin embargo, permaneció en el reino. Erígone, la inmóvil,
dijo Coffeen. Inmóvil ante la mirada vacía de Orestes. Sólo su extrema belleza
consigue aplacar por un instante el furor homicida de su hermanastro. Una
noche, perdido, Orestes se mete en su cama y la viola.
Con las primeras luces del día
siguiente Orestes despierta y se acerca a la ventana: el paisaje lunar de Argos
le confirma lo que ya presentía. Se ha enamorado de Erígone. Pero quien ha
matado a su madre no puede amar a nadie, dijo Coffeen mirándome a los ojos con
una sonrisa calcinada, y Orestes sabe que Erígone es veneno para él, además de
llevar en sus venas la sangre de Egisto, indicios suficientes para conducirla a
la inmolación. Durante días, los seguidores de Orestes se dedican a perseguir y
a eliminar a los seguidores de Egisto. Por las noches, como un drogadicto o
como un teporocho (los símiles son de Coffeen), Orestes acude a la recámara de
Erígone y se aman. Finalmente Erígone queda embarazada. Avisada Electra, se
presenta ante su hermano y le hace ver los inconvenientes de tal situación.
Erígone, dice Electra, dará a luz a un nieto de Egisto. En Argos ya no queda
varón ninguno que lleve la sangre del usurpador, ¿ha de permitir Orestes que
surja, por su debilidad, un nuevo brote del árbol que él mismo se encargó de
talar? Pero también es mi hijo, dice Orestes. Es el nieto de Egisto, insiste
Electra. Así que Orestes acepta los consejos de su hermana y decide matar a
Erígone.
Sin embargo aún desea acostarse con
ella una última vez y aquella noche va a visitarla. Erígone no sospecha nada y
se entrega a Orestes sin miedo. Aunque es joven, no le ha costado mucho
aprender cómo debe tratar la locura del nuevo rey. Lo llama hermano, mi
hermano, le suplica, por momentos finge verlo y por momentos finge sólo ver una
silueta oscura y solitaria refugiada en un rincón de su recámara. (¿Así era
como Coffeen interpretaba un deliquio amoroso?) Un Orestes embrutecido, antes
de que amanezca, le confiesa su plan. Le propone una alternativa. Erígone debe
abandonar Argos esa misma noche. Orestes le proporcionará un guía que la sacará
de la ciudad y la llevará lejos. Erígone, horrorizada, lo contempla en la
oscuridad (ambos están sentados en cada extremo del lecho) y piensa que en las
palabras de Orestes se esconde su sentencia de muerte: el mismo guía que su
hermano dice estar dispuesto a proporcionarle será quien ejecute la sentencia.
El miedo la hace decir que
prefiere permanecer en la ciudad, cerca de él.
Orestes se impacienta. Si te
quedas aquí te mataré, dice. Los dioses me han trastornado. Habla de su crimen,
una vez más, y habla de las Erinias y de la vida que pretende llevar cuando
todo se aclare en su cabeza e incluso antes de que todo se aclare en su cabeza:
vivir errantes, él y su amigo Pílades, recorriendo Grecia y convirtiéndose en
leyenda. Ser beatniks, no estar atados a ningún lugar, hacer de nuestras vidas
un arte. Pero Erígone no entiende las palabras de Orestes y teme que todo
obedezca a un plan sugerido por la cerebral Electra, una forma de eutanasia,
una salida hacia la noche que no manche de sangre las manos del joven rey."
(...)
"Así que Orestes estuvo toda la
noche hablando con Erígone y en esa noche desnudó su corazón como nunca antes
lo hiciera y al final, poco antes de que amaneciera, Erígone se dejó convencer
por tantas y tan bien esgrimidas razones y aceptó el guía que Orestes le ofrecía
y partió de la ciudad con las primeras luces del alba.
Desde una torre Orestes la vio
alejarse de la ciudad. Después cerró los ojos y cuando los abrió Erígone ya no
estaba en ninguna parte."
Amuleto. (1999). Roberto Bolaño.
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