Se llamaba
Estefani Paola Ávila. Vivía en Los Edificios Verdes de El Paraíso, en Caracas. Tenía
16 años. Y hay que hablar de ella en pasado porque está muerta. No la mató la
represión de la dictadura. No, al menos de manera directa. Ella se suicidó, se
lanzó desde la azotea del edificio donde vivía… si sus últimos días se pueden
calificar de vida.
Ella era una
adolescente que estaba haciendo lo que muchos adultos no están haciendo: luchar
por la libertad, por un mundo mejor, por una mejor Venezuela donde simplemente
pueda vivir con su mamá, (su madre se fue del país) y vivir con la dignidad de
poder hacer las cosas que cualquier persona quiere hacer con su vida: comer,
salir, hacer cosas, comprar, vender… hacer sueños realidad. Esos que en el caso
de ella no será posible de llevar a la realidad, esa realidad que estalló, como
su cuerpo contra el concreto.
Ella formaba
parte de La Resistencia de su sector. Todos los días salía protestar. Al irse
su madre de Venezuela, quedó al cuidado de su abuela. Según el relato de
conocidos del sector y de quienes me han dado datos para escribir esta nota, la
abuela la sacó del apartamento porque no quería que se involucrara en la lucha.
La joven luchaba entre otras razones, “porque quería que su mamá volviera con
ella” ¿No hay un motivo más digno como para luchar? Al parecer, para mucha
gente, no.
Sus últimos
días los pasó durmiendo en los pasillos del edificio.
A los ojos de
los vecinos, que sin embargo, siempre la veían en las protestas. Eso fue ayer
26/07 en la mañana. Consternación. Dolor. Me ha llegado esta información
originada del Frente Nacional de Mujeres.
Hay dos cosas
que me indignan, y no tienen que ver con lo obvio, que es: 1) una joven con
toda la vida por delante se ha suicidado. 2) una persona se ha suicidado por
culpa de la situación provocada por un entorno que lo único que hace es
triturar la vida de las personas. No, no voy hablar de estos detalles obvios.
Voy algo más profundo.
La gente ya
anda diciendo “no sabes la historia, hay cosas que habrán pasado allí que uno
no sabe” o esta otra: “no fue por la situación
política. Ella tenía problemas… o no sé qué ha pasado ahí. Mejor ni
pensar en eso.” Y así el hecho queda minimizado, trivializado. Como un asunto doméstico
del que nadie es responsable. NADIE. Ella se suicidó porque llegó a una
situación límite y no tenía ningún apoyo o solución a la vista. Y lo peor, la
soledad, el abandono. Porque si dormía en el pasillo, ¿cómo no sentirse
desamparado? Antes de continuar, hay que entender.
Y nada como el
arte para entender muchas cosas. Desde que leí, anoche, la historia de esta
heroína, ahora mártir (¿Hasta cuándo habrá mártires?) pensé de inmediato en la
historia contada en la película La
vida de los otros (Das Leben der Anderen) de
Florian Henckel von Donnersmarck. La trama se sitúa en 1984, en la RDA
(República Democrática de Alemania, el nombre cínico de la Alemania que soportó
desde 1945 hasta 1989 el yugo comunista), cuenta la historia de Gerd Wiesler,
convencido comunista y capitán de la Stasi, elegido para la vigilancia del
conocido dramaturgo Georg Dreyman, escritor fiel al régimen de la RDA. ¿El
motivo? el ministro de cultura Bruno Hempf busca de quitar del medio a Dreyman
y quedarse con su novia, la actriz Christa-Maria Sieland (recordar siempre que
los comunistas son personas que se mueven sólo por la envidia y el
resentimiento). Un equipo de hombres de la Stasi cablea la vivienda de Dreyman,
instalando micrófonos ocultos. El espionaje le permite a Wiesler observar el
mundo del arte y de los librepensadores. En la fiesta de cumpleaños de Dreyman,
un amigo suyo y director teatral, Albert Jerska, quien tiene una prohibición de
trabajo por ser crítico con el régimen, lee a solas un libro de Bertolt Brecht.
La actitud conformista de Dreyman cambia cuando descubre la relación entre
Christa y el ministro Hempf, y se decide a actuar cuando su amigo Albert
Jerska, sin esperanzas de poder volver a trabajar en su profesión, se suicida. En
una máquina de escribir con tinta roja traída secretamente del oeste por un
periodista de Der Spiegel —la Stasi
tenía registradas todas las máquinas de escribir en la RDA—, Dreyman escribe un
artículo sobre la extraordinariamente alta tasa de suicidio en la RDA, que es
mantenida en secreto por el gobierno comunista. Wiesler a lo largo de la misión
decide proteger a Dreyman escribiendo datos intrascendentes en los informes.
Dreyman se
salva y su novia muere, cuando es atropellada por un camión, porque ella no
pudo soportar la vergüenza, lo delató. Wiesler fue degradado y pasó el resto de
su vida tranquilo y anónimo. Sin embargo, Dreyman descubrió que se salvó
gracias a la acción del agente de la Stasi y le dedica una novela, titulada Sonata para un buen hombre. Wiesler ve
el libro en una librería y descubre el gesto.
Esta película
nos dice que el suicidio es una política de estado en los regímenes
totalitarios, especialmente en los comunistas. Hay dos suicidios, el del
director de teatro proscrito y el de la actriz avergonzada. Y es cierto que en
aquellos tiempos las estadísticas de suicidios, enfermedades mentales y de toda
clase (especialmente la depresión, cáncer y otros males terminales) eran
escondidas o falseadas con números falaces u ocultada tras estadísticas de
dudosos datos positivos (¿Quién no se conmovió viendo los hospitales de Europa
del Este llenos de bebés recién nacidos, atendidos en maternidades que parecían
el paraíso en la tierra? ¿Quién se atrevía a refutar la efectividad del CIMEQ?)
El razonamiento del comunismo se ha refinado. ¿Por qué enviar a campos de
concentración a personas, cuando puedes volver miserables sus vidas y provocar
suicidio? Éste es el mayor triunfo de la ingeniería social del comunismo.
Ya no es
necesario matar masivamente a la población. Oprime con fuerza y provoca dos
opciones: obligar a la gente a aceptar la esclavitud, forzarlos a una libertad
peligrosa o provocar que se suiciden.
La segunda
opción lleva fácilmente a la segunda y a la primera. Y ya que la tercera es el
fin, la solución definitiva (o solución final como lo llamó Hitler, o el famoso
dicho de Stalin: “Los problemas comienzan con el hombre. Mata al hombre, se
acaban los problemas”) manipular las circunstancias para que la gente se mueva
a la primera opción. La libertad peligrosa siempre requiere compromiso y
fortaleza. Y esos valores están diezmados. Estefani no pudo resistir. Terminó durmiendo
en el piso del edificio. No aguantó más. Jerska, el de la película, un día
despertó, vio sus grandes triunfos, vio su dignidad de decir no al mal; vio el
precio que pagó por su libertad. Tampoco aguantó más.
Lo que busca
el comunismo es quebrar la fortaleza de cada ciudadano, quebrar al ciudadano,
destruirlo. Quitarle la ciudadanía, la esencia ciudadana y volverlo solamente un
habitante, un cuerpo que forma parte del tejido social y que va a responder
según lo que diga el régimen.
Cuanta gente
se ha suicidado en Venezuela, cuántos muertos por la situación de la salud, no
se sabe y cualquier estadística es calificada como un acto terrorista y de
traición, cuando no de una burda mentira que viene de los disociados que se
dedican a traer zozobra a la colectividad.
Realmente, el
motivo por el que se suicidó Estefani no es lo fundamental. La motivación, el
detonante es lo que hay que estudiar y denunciar. El comunismo, a quien se le
oponga, lo destruye, lo invita o a quedarse callado y ver a otra parte, o a
suicidarse… a menos que quiera seguir soportando el dolor de seguir luchando,
el dolor de vivir con dignidad.
No. Qué dolor
me da escribir este despacho. Hasta aquí estas dolorosas líneas. Seguiremos
transmitiendo desde el planeta de los monstruos.
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