El ayuntamiento de Amberes ardiendo durante el saqueo de la ciudad por tropas españolas en 1576. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Saqueo_de_Amberes |
Si quieren, pregunten; pero soy de aquellos que se arrojan al abismo con una sonrisa y
regreso de la misma manera. Soy capaz de hablar con el mal. No soy lo que creen; solo hablo con lo inconcebible, leo en latín, griego y hebreo libros antiguos, no sólo los leo, los voy traduciendo.
Si quieren, cierran esta entrada. si no les interesa. Ni la lectura ni Amberes.
Amberes es una ciudad de Bélgica,
que sin ser Berlín o Londres o Ámsterdam; es una capital mundial. En New York
puedes de conseguir lo que sea; pero en Amberes puedes conseguir lo que
quieres.
De paso, en allí están los más
celebres talleres de impresores y las mejores y más antiguas editoriales del
mundo tienen sedes allí, como quien tiene un apartamento en la playa, o en el
Upper West Side. Allí se imprimió la primera Biblia en castellano,
específicamente el nuevo testamento, por allí en 1543.
El Necronomicón se imprimió en el mismo lugar, entre 1500 y 1550, no
recuerdo el año específico. En 1944 Amberes era el blanco del último intento
alemán de ganar la guerra y también fue la última victoria alemana de la guerra.
Una ofensiva panzer, dada con la fuerza de una fiera en agonía. Los aliados
dejaron de decir que ya la guerra estaba ganada y se dieron cuenta de que
quizá, todos podrían acabar muertos.
Sin embargo, es también un lugar
bonito, lleno de universidades y mucha cerveza. Es el hogar de Rubens y es uno
de los puertos más importantes del mundo.
Amberes significa, en flamenco,
mano arrojada (ant-werpen). Esto por la leyenda del surgimiento de la ciudad.
Resulta que allí vivía un gigante de nombre Druoon, que cobraba peaje por pasar
por allí (se trata del mismo lugar donde está el puerto y el canal, pues la
ciudad es atravesada por el importante río Escalda) quien no pagara, bueno,
resultaba que tomaba el barco y le cortaba la mano al capitán y la arrojaba al río.
Cierto día, un centurión romano se cansó de eso y le devolvió el castigo al
gigante.
A Amberes llegan también los
diamantes de todo el mundo. Al menos los mejores. Y a parte de los venezolanos
y los sudafricanos, los de Sierra Leona y Liberia tienen su lugar de honor.
Claro, estos son los diamantes de sangre. Diamantes que financian guerras que
no terminan nunca, pues nadie quiere gobernar semejante caos, sobre todo,
sabiendo que una vez en el gobierno, todo el mundo quiere derrocar a quien esté
allí. Esos son los países donde te cortan los brazos sino vas a trabajar en las
minas de diamantes (te preguntan si quieres el corte manga larga o manga corta).
En esas tierras hay un condón cada 100 kilómetros y
creo que soy optimista. Allí, el SIDA mata como una bala, pues sin medicamentos
y con las condiciones infrahumanas de vida, tan pronto como la enfermedad
debilita las defensas, el individuo cae ante cualquier mal, por pendejo que
sea.
Y África sale a relucir por el
simple hecho de que todas esas tierras fueron colonias de los belgas. Amberes
era la puerta de entrada y la de salida… ¿de qué? no sé exactamente. De allí
salió Konrad a sumergirse en el corazón de las tinieblas; es decir, conocer a
Kurtz. En lo personal iré a Amberes y alquilaré una pieza. Beberé mucha cerveza
y me la pasaré en las universidades. Quisiera fornicar dentro de una de esas
catedrales con más de 500 años de vida. Para eso, lo más seguro es que me lleve
a mi pareja, aunque me salga caro. Luego, me dedicaré a ver los cuadros de Rubens
y continuaremos paseando, paseando, paseando.
En alguna calle el diablo me
estará esperando con una buena jarra Pilsen (aunque me gusta más la cerveza
negra) y me entregará algún libro con tapas de piel humana y escrito con
sangre.
Luego, comenzaría a escribir un
libro de poesía. Un libro lleno de espejos, que en vez de devolverme mi imagen,
me devuelva las marcas que han quedado, los arañazos, los mordiscos; la imagen
de aquellas con quien estuve; la imagen de mis huesos y del estado de mis
órganos, el fluir de la sangre. Incluso, la mierda. Todo, todo, menos la
máscara, ya la obviedad molesta.
Escribir un libro de poesía lleno
de pesadillas y letanías satánicas, porque en una
ciudad como esta, llena de facciones perfectas, se esconden los mayores
horrores de la historia humana.
Eso sería como creer que escribes
un libro para ti mismo y digo que crees porque luego te das cuenta de que no es
así. Es escribir sobre ti mismo; sobre aquello que ocultas, sobre eso que los
intensos poetizan a lo Octavio Paz o Neruda (o aún peor) Benedetti o Galeano;
cuando deberían hacerlo con su propio lenguaje, y descubrir, con horror, que ni
siquiera saben gritar, ni hablar, ni nada.
Es así de se simple: un libro de
pesadillas propias, de las que no puedes ocultar es la obra literaria más
honesta que se puede escribir. Es que sale luego de que te das cuenta de que
puedes engañar a todo el mundo, menos a ti mismo. Es justo cuando mirando el
abismo, él te devuelve la mirada.
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